2011/03/02

Sin Domicilio Fijo



Enrique Hernández retoma de nueva cuenta los temas urbanos tratados a partir de los instrumentos tecnológicos y digitales, pero esta vez, en su serie Sin domicilio fijo, realizada en el transcurso del 2010, sus árboles, bosques y parques transmutan en una repetición de estructuras habitables: casas de campaña, trenes, casas rodantes, automóviles, etc.

El trazo del artista, bien intencionado y sin pretensiones plásticas, simula la imagen fotográfica, lo que es un sello bien identificado en su trabajo, pues él mismo reconoce que es la fotografía su base material y conceptual con la que inicia el proceso de creación. Aun así no se le puede catalogar bajo el supuesto de un realismo fotográfico, no es suya la pretensión de representar unívocamente la realidad. Es en la misma forma de solución plástica que se adivina un discurso más allá de la mera representación.

Para el artista, la fotografía no es sólo un pretexto, si bien es su fundamento conceptual; el tema de la tecnología que alcanza todo quehacer de la existencia humana, y que en la representación repetida de los objetos alcanza aquí una interpretación más acertada. La imagen multiplicada, confrontada a sí misma, hace alusión a la multiplicidad de las imágenes digitales, así como las diferencias existentes entre ambas.

Enrique Hernández utiliza el juego de la manipulación para declararnos abiertamente que, la imagen del objeto en sí es sólo el indicio de la culminación de la experiencia real. Como diría Baudrillard que (…) “la más elevada función del signo es hacer desaparecer la realidad, y enmascarar al mismo tiempo esa desaparición” (2000). Así, mientras la imagen se va trazando la realidad va desapareciendo, y cada uno de los remanentes de dicho proceso nos confirma dicha desaparición.

Tomar la fotografía, manipularla digitalmente, una vez impresa la imagen esta puede pasar por un proceso de manipulación física, el cual a la vez trasciende a los procesos pictóricos, y al final tener como resultado una pieza con un discurso plástico, pero que trasluce los procesos digitales y técnicos que la sustentan. Fotografía y pintura funcionan entonces como los polos opuestos de la realidad, donde la primera la simula y la segunda disimula su desaparición, lo que sí ambas la exterminan.

Así el artista establece un espacio y un tiempo simulados, donde nosotros los espectadores moramos entre esas dos dimensiones, entre el aquí y el ahora, y la indefinición de un tiempo y un espacio sugeridos.

De silenciosa incredulidad.

Se trata pues de un espacio y un tiempo creados fuera del espacio-tiempo físico determinado; “Sin domicilio fijo”, hace referencia a la movilidad, a la transigencia, a un espacio-tiempo de mutación permanente, a una forma de vida carente de cualquier referencia concreta. Así, nos movemos entre la representación de los modelos y la ilusión de los significados. El artista nos mantiene suspendidos en la amorfa representación de la realidad, y nos pregunta: ¿Qué es real?, ¿qué no lo es?, ¿lo que percibo es real?, y abre un paréntesis donde cualquier duda cabe. Pero su cuestionamiento no se evapora en una hipérbole discursiva, al contrario, utiliza al objeto cotidiano como portador de significados varios, llevándonos a reflexionar sobre la vacuidad de la representación, de la cual somos asiduos consumistas.

El panorama de la pintura en el contexto del mundo del arte ha tenido sus puntos de quiebre, resurgiendo con discursos renovados que dan pautas en la elaboración de nuevos modelos, resulta imperante tener siempre presente la influencia que esta ha tenido a lo largo de la historia. Así también, la obra de Hernández se renueva constantemente en la búsqueda por los signos que dictan nuestro acontecer actual. Su versatilidad por atender a un lenguaje contemporáneo, lo conduce por los caminos de un arte universal, aquel que no se lee bajo los fundamentalismos de un cierto estilo o región geográfica. Pues digámoslo así, el arte también se ha globalizado, mucho tiene que ver la influencia de la tecnología en nuestras vidas. El artista sabe de esto, y él mismo utiliza estas herramientas para conformar su lenguaje, pero sus motivaciones no descansan en una mera fraternalización con dichos medios, fuera de eso, los utiliza para cuestionar la veracidad de la representación a través de su simulacro. Con esto el artista no objeta ni impone, simplemente pone sobre la mesa, o en este caso sobre el lienzo, las preguntas, cuantas preguntas esté uno dispuesto a hacerse, pues al final de cuentas no hay respuesta tangible.

La obra de Enrique Hernández resulta oportuna en una época donde todo se da por hecho, ahí donde la teatralidad de los discursos es utilizada como herramienta de disuasión, el artista nos confronta de frente con la realidad, o mejor dicho, con su ausencia, y nos induce a un momento de autorreflexión, una pausa en el vaivén de la vida cotidiana.

AB