2012/07/24

La configuración del espacio o la emergencia del espíritu


“Nuestra época solo puede encontrar la verdad 
  en lo profundo del ser humano”
  Rudolf Steiner


            La búsqueda de la inmanente verdad, del espíritu que emana de la acción creadora en la reconstrucción del espacio simbólico, del espacio compartido y a la vez personal, es el motivo esencial en la obra de Enrique Hernández. Dónde si no es en sus escenarios aparentemente devastados, que son metáfora del agotamiento del ser, de su auto aniquilamiento en la esfera de las apariencias, que emerge triunfante el espíritu. Es ahí donde el artista como moderador de sus propios escenarios, es, a la vez, receptor de sus propias intenciones de inmolación: cuerpo trashumante, agostado y sin embargo presente, una conciencia que a su paso deja rastros que permutan el espacio.

Así, las obras de Enrique Hernández comienzan con el recorrido espacial por los lugares, en una concordancia psicológica con su espacio interno; trasposición de la cuadrícula del mundo real al mundo introspectivo de la especulación. Es ahí donde la imagen, con su condición inherentemente manipulable, es sujeta a un proceso de transformación, en el cual, lejos de perder su contenido sutil y subjetivo, lo va alimentando con cada nueva significación concedida en cada acción del ejercicio de reproducción. Mecanización  inducida a través de la cual la retícula del original va replicando cada vez en una nueva estructura, formando un empalmaje de significaciones a través de cuya trama escapa parte del contenido colectivo; dialéctica del espacio representado y el espacio imaginado, territorio intuitivo que encuentra su culminación en la retícula del lienzo, en la superficialidad del plano descriptivo.

Es ahí donde cada uno de los estratos simbólicos confluyen, se amalgaman, y se nutren a la vez de la razón pictórica. Acción metafórica que se refiere al mayor simulacro colectivo; la ciudad. El artista sabe de esto y nos presenta la visión de una sociedad colmada en sus representaciones; lugares que nos preceden, objetos de un mundo autoformulado que nos miran, nos contemplan desde su quieta evolución. Sus detritus como monumentos de la memoria táctil, cotidiana, pero que en su escenificación ampliada y detenida, desenmascaran el mito, descubren el secreto tras su existencia en el mundo concreto, la dinámica de las relaciones simbólicas, las cuales, a través del proceso de manipulación, se invierten, se evidencian, se nos muestran recompuestas induciéndonos a una fase introspectiva y personal. Contemplación revertida, dejarse atravesar por el estímulo de la materia, ritual purificador de la cual sale victorioso el espíritu.


Ana Blanco