2012/08/14

Arte y diferencia cultural.

Esta columna se publicó el sábado 4 de agosto de 2012 en el diaró La Crónica de Hoy.

2012/07/24

La configuración del espacio o la emergencia del espíritu


“Nuestra época solo puede encontrar la verdad 
  en lo profundo del ser humano”
  Rudolf Steiner


            La búsqueda de la inmanente verdad, del espíritu que emana de la acción creadora en la reconstrucción del espacio simbólico, del espacio compartido y a la vez personal, es el motivo esencial en la obra de Enrique Hernández. Dónde si no es en sus escenarios aparentemente devastados, que son metáfora del agotamiento del ser, de su auto aniquilamiento en la esfera de las apariencias, que emerge triunfante el espíritu. Es ahí donde el artista como moderador de sus propios escenarios, es, a la vez, receptor de sus propias intenciones de inmolación: cuerpo trashumante, agostado y sin embargo presente, una conciencia que a su paso deja rastros que permutan el espacio.

Así, las obras de Enrique Hernández comienzan con el recorrido espacial por los lugares, en una concordancia psicológica con su espacio interno; trasposición de la cuadrícula del mundo real al mundo introspectivo de la especulación. Es ahí donde la imagen, con su condición inherentemente manipulable, es sujeta a un proceso de transformación, en el cual, lejos de perder su contenido sutil y subjetivo, lo va alimentando con cada nueva significación concedida en cada acción del ejercicio de reproducción. Mecanización  inducida a través de la cual la retícula del original va replicando cada vez en una nueva estructura, formando un empalmaje de significaciones a través de cuya trama escapa parte del contenido colectivo; dialéctica del espacio representado y el espacio imaginado, territorio intuitivo que encuentra su culminación en la retícula del lienzo, en la superficialidad del plano descriptivo.

Es ahí donde cada uno de los estratos simbólicos confluyen, se amalgaman, y se nutren a la vez de la razón pictórica. Acción metafórica que se refiere al mayor simulacro colectivo; la ciudad. El artista sabe de esto y nos presenta la visión de una sociedad colmada en sus representaciones; lugares que nos preceden, objetos de un mundo autoformulado que nos miran, nos contemplan desde su quieta evolución. Sus detritus como monumentos de la memoria táctil, cotidiana, pero que en su escenificación ampliada y detenida, desenmascaran el mito, descubren el secreto tras su existencia en el mundo concreto, la dinámica de las relaciones simbólicas, las cuales, a través del proceso de manipulación, se invierten, se evidencian, se nos muestran recompuestas induciéndonos a una fase introspectiva y personal. Contemplación revertida, dejarse atravesar por el estímulo de la materia, ritual purificador de la cual sale victorioso el espíritu.


Ana Blanco



2011/03/02

Sin Domicilio Fijo



Enrique Hernández retoma de nueva cuenta los temas urbanos tratados a partir de los instrumentos tecnológicos y digitales, pero esta vez, en su serie Sin domicilio fijo, realizada en el transcurso del 2010, sus árboles, bosques y parques transmutan en una repetición de estructuras habitables: casas de campaña, trenes, casas rodantes, automóviles, etc.

El trazo del artista, bien intencionado y sin pretensiones plásticas, simula la imagen fotográfica, lo que es un sello bien identificado en su trabajo, pues él mismo reconoce que es la fotografía su base material y conceptual con la que inicia el proceso de creación. Aun así no se le puede catalogar bajo el supuesto de un realismo fotográfico, no es suya la pretensión de representar unívocamente la realidad. Es en la misma forma de solución plástica que se adivina un discurso más allá de la mera representación.

Para el artista, la fotografía no es sólo un pretexto, si bien es su fundamento conceptual; el tema de la tecnología que alcanza todo quehacer de la existencia humana, y que en la representación repetida de los objetos alcanza aquí una interpretación más acertada. La imagen multiplicada, confrontada a sí misma, hace alusión a la multiplicidad de las imágenes digitales, así como las diferencias existentes entre ambas.

Enrique Hernández utiliza el juego de la manipulación para declararnos abiertamente que, la imagen del objeto en sí es sólo el indicio de la culminación de la experiencia real. Como diría Baudrillard que (…) “la más elevada función del signo es hacer desaparecer la realidad, y enmascarar al mismo tiempo esa desaparición” (2000). Así, mientras la imagen se va trazando la realidad va desapareciendo, y cada uno de los remanentes de dicho proceso nos confirma dicha desaparición.

Tomar la fotografía, manipularla digitalmente, una vez impresa la imagen esta puede pasar por un proceso de manipulación física, el cual a la vez trasciende a los procesos pictóricos, y al final tener como resultado una pieza con un discurso plástico, pero que trasluce los procesos digitales y técnicos que la sustentan. Fotografía y pintura funcionan entonces como los polos opuestos de la realidad, donde la primera la simula y la segunda disimula su desaparición, lo que sí ambas la exterminan.

Así el artista establece un espacio y un tiempo simulados, donde nosotros los espectadores moramos entre esas dos dimensiones, entre el aquí y el ahora, y la indefinición de un tiempo y un espacio sugeridos.

De silenciosa incredulidad.

Se trata pues de un espacio y un tiempo creados fuera del espacio-tiempo físico determinado; “Sin domicilio fijo”, hace referencia a la movilidad, a la transigencia, a un espacio-tiempo de mutación permanente, a una forma de vida carente de cualquier referencia concreta. Así, nos movemos entre la representación de los modelos y la ilusión de los significados. El artista nos mantiene suspendidos en la amorfa representación de la realidad, y nos pregunta: ¿Qué es real?, ¿qué no lo es?, ¿lo que percibo es real?, y abre un paréntesis donde cualquier duda cabe. Pero su cuestionamiento no se evapora en una hipérbole discursiva, al contrario, utiliza al objeto cotidiano como portador de significados varios, llevándonos a reflexionar sobre la vacuidad de la representación, de la cual somos asiduos consumistas.

El panorama de la pintura en el contexto del mundo del arte ha tenido sus puntos de quiebre, resurgiendo con discursos renovados que dan pautas en la elaboración de nuevos modelos, resulta imperante tener siempre presente la influencia que esta ha tenido a lo largo de la historia. Así también, la obra de Hernández se renueva constantemente en la búsqueda por los signos que dictan nuestro acontecer actual. Su versatilidad por atender a un lenguaje contemporáneo, lo conduce por los caminos de un arte universal, aquel que no se lee bajo los fundamentalismos de un cierto estilo o región geográfica. Pues digámoslo así, el arte también se ha globalizado, mucho tiene que ver la influencia de la tecnología en nuestras vidas. El artista sabe de esto, y él mismo utiliza estas herramientas para conformar su lenguaje, pero sus motivaciones no descansan en una mera fraternalización con dichos medios, fuera de eso, los utiliza para cuestionar la veracidad de la representación a través de su simulacro. Con esto el artista no objeta ni impone, simplemente pone sobre la mesa, o en este caso sobre el lienzo, las preguntas, cuantas preguntas esté uno dispuesto a hacerse, pues al final de cuentas no hay respuesta tangible.

La obra de Enrique Hernández resulta oportuna en una época donde todo se da por hecho, ahí donde la teatralidad de los discursos es utilizada como herramienta de disuasión, el artista nos confronta de frente con la realidad, o mejor dicho, con su ausencia, y nos induce a un momento de autorreflexión, una pausa en el vaivén de la vida cotidiana.

AB

2010/11/25

Museo Taller J.C. Orozco, jueves 02 de Dic. 20:00hrs

De silenciosa incredulidad / Sin Domicilio Fijo



“Ser” en relación a nuestra propia experiencia, el “pienso y luego existo” se transforma, en la era de la imagen, en un “veo luego existo”; un modelo de pensamiento regido bajo la máxima “ver para creer”. Para el artista Enrique Hernández, ver significa exactamente lo contrario, implica dudar; sus cuadros materializan esa incredulidad resultado de un proceso en el cual, mientras la imagen se va trazando, la realidad va desapareciendo.

SIN DOMICILIO FIJO hace referencia a la movilidad, a la transigencia, a un espacio-tiempo de mutación permanente; una forma de vida carente de cualquier referencia concreta. Es así que nosotros como espectadores nos movemos entre la representación de los modelos y la ilusión de los significados. El artista nos mantiene suspendidos en la amorfa figuración de la realidad y nos pregunta: ¿qué es real?, ¿qué no lo es?, ¿lo que percibo, es real? Todo ello abre un paréntesis donde cualquier duda cabe aunque su cuestionamiento no se evapora en una hipérbole discursiva, al contrario, utiliza al objeto cotidiano como portador de significados varios. El objeto multiplicado, reflejado en sí mismo una y otra vez, pierde su referente y gravita en la estratósfera del mundo significable, como si a partir de la constante reproducción de sí misma la imagen se exorcizara de su propio signo llevándonos a reflexionar sobre la vacuidad de la representación de la cual somos asiduos consumistas.

El panorama de la pintura, en el contexto de la Historia del Arte, ha tenido sus puntos de quiebre y sin más se ha anunciado su muerte en varias ocasiones. El fin de los discursos no ha sido sino el inicio de nuevas formas de producción de sentido. Así también, la obra de Hernández se renueva constantemente en la búsqueda por los signos que dictan nuestra actualidad. Su versatilidad por atender a un lenguaje contemporáneo lo conduce por los caminos de un arte universal que no se lee bajo los fundamentalismos de un cierto estilo o región geográfica pues, digámoslo así, el arte también se ha globalizado gracias a la influencia de la tecnología en nuestras vidas. El artista sabe de esto y él mismo utiliza las herramientas tecnológicas y digitales para conformar su lenguaje. Sus motivaciones no descansan en una mera fraternalización con tales medios, más bien los utiliza para cuestionar la veracidad de la representación a través de su simulacro. Con esto el artista no objeta ni impone, simplemente pone sobre la mesa o, en este caso, sobre el lienzo, las preguntas, cuantas preguntas esté uno dispuesto a hacerse pues al final de cuentas no hay respuesta concreta.

La obra de Hernández resulta oportuna en una época donde todo se da por hecho; ahí donde la teatralidad de los discursos es utilizada como herramienta de disuasión. El artista nos confronta de frente con la realidad, o mejor dicho, con su ausencia y nos induce a un momento de autorreflexión, un trance momentáneo dentro del vaivén de la experiencia visual.

A.B.B.C.


2009/08/02

Ciudad (re)descubierta


La doble naturaleza de la pintura, la ilusión y la materialidad, la hacen un campo propicio para explorar e investigar la dualidad de la perfecta semblanza y el caos absoluto, ya que la pintura opera como una técnica para reconectarse a lo primario, una manera de transformar la representación de regreso a los objetos físicos.

La representación de nuestra relación con el infinito es una de las principales preocupaciones de la pintura del paisaje. Pintar revela su método de manufactura en una escala humana, imperfecta y visible, creando un espacio de intimidad para el espectador, entre las coordenadas de la pintura (materia sobre la superficie) y la ilusión creada. La pintura de paisaje así como la representación de la Ciudad funcionan revelando las paradojas de la representación, validando y urgiéndonos una necesaria reflexión de nuestra relación con el mundo.

Es también una propuesta de representación de la Ciudad, de los espacios transitables, de cómo van cambiando continuamente por las acciones de las personas que las ocupamos y transitamos. La transformación intencionada de la imagen guarda una relación metafórica, a la vez que trata de una crítica a la forma de interactuar en todo lo que nos rodea. De dotar de una nueva memoria a estos lugares y acciones cotidianas.